Anteriormente al cine
sonoro ya existía el sonido en el cine. Los cineastas y proyectistas
se habían preocupado de ello,
pues el cine nace con voluntad sonora. En las primeras filmaciones
cortas en que aparecen actores y actrices bailando, el espectador no
oye la música, pero puede observar sus movimientos. Por otra parte,
rara vez se
exhibían las películas en silencio. Los hermanos Lumiére, en 1897,
contrataron un cuarteto de saxofones para que acompañase a sus
sesiones de cinematógrafo en su local de París y hubo compositores
de valía, como Saint-Saéns que compusieron partituras para
acompañar la proyección de una película. Músicos y compositores
tenían en el negocio del cine mudo una fuente de ingresos. No sólo
la música, también los ruidos y acompañamiento tenían cabida en
el cine mudo, por lo que algunos exhibidores disponían de máquinas
especiales para producir sonidos, tempestades o trinar de pájaros.
Cierto es que este sistema era solamente posible en grandes salas, en
ciudades o lugares de público pudiente, y escasamente podía
apreciarse en pueblos o lugares alejados. Todos los instrumentos eran
válidos para hacer música en el cinematógrafo aunque el piano (y
la pianola) era normalmente el más apetecido.
Algunos experimentos habían demostrado
que las ondas sonoras se podían convertir en impulsos eléctricos.
En el momento en que se logró grabar en el celuloide esta pista
sonora, se hizo posible ajustar el sonido a la imagen, y por lo tanto
hacer sonoro el cine.